Según les comentaba en una de las entradas publicadas en mi anterior blog: «Un italiano en el Calatayud del siglo XVII». Los capuchinos vinieron a fundar a Calatayud a finales del siglo XVI, en principio fundaron en una de las cuevas de la Puerta de Zaragoza, de las que restan algunos arcos góticos. Lo insano de aquel desplazamiento hizo que dos personas devotas de Calatayud, don Martín Alejandre y doña Isabel Lezcano, dejaran en herencia una dote para la creación de un convento de nueva planta en la parte baja del pueblo, extramuros. El convento de San Martín (llamado así en honor al devoto señor Alejandre) se construyó en los terrenos de lo que hoy sería más o menos la actual estación de autobuses y se terminó en 1605. En el periodo en el que se terminaba el convento, a los capuchinos les es concedido el habitar los restos del antiguo convento de San Marcos (situado en la plaza del mismo nombre) que pertenecía a la orden del Sepulcro, lo que se materializó el 9 de diciembre de 1599.
El convento de capuchinos tenía una iglesia pequeña pero saneada dedicada a San Serafín del Monte (San Serafín de Montegranario), un santo, que como todos los de su orden, fue una persona sencilla y al cual se le tenía gran devoción en Calatayud. Yo creo que el
conjunto del convento de San Martín y la iglesia de San Serafín, debía ser de una arquitectura parecida al todavía existente de hermanas Capuchinas y el convento como el de Ateca quizá formando un recoleto esquinazo, pero esto son sólo suposiciones. Frente al convento de capuchinos se alzaba una cruz, o humilladero, que hoy puede verse frente al cementerio municipal. La huerta del convento era una de las mejores de la ciudad. El convento contaba con treinta religiosos que socorrían las necesidades de la ciudad y de los pueblos cercanos y vivían de limosnas y de lo que recolectaban en su parcela.
En el año 1836 se produjo el decreto de desamortización que vendía como bienes nacionales, todos los pertenecientes a los conventos de frailes de toda España. El convento de capuchinos no fue de los primeros en cerrarse, pero con la entrada del general Quílez gran parte de frailes y de clérigos, se alistaron en las filas carlistas, seguro ansiando su triunfo, para poder regresar pronto a las que habían sido sus casas durante trescientos años.
El convento se demolió en el año 1838, sobre sus ruinas se habilitaron escuelas de instrucción primaria y secundaria. Es paradójico, porque años después, alrededor de los años 20 del siglo XX, se construyó nuestro flamante instituto de educación secundaria hoy llamado «Leonardo de Chabacier».
Con los restos del convento se fortificaron los castillos y las tapias de los conventos de Benedictinas y de Franciscanas, pues alrededor de 1840, es cuando se habilitan los paseos que los bordeaban. El hoy llamado de Cortes de Aragón se creó en gran parte por la demolición de parte del claustro de los franciscanos.
Lo único que restó de la iglesia fueron unos sillares que fueron llevados a la huerta llamada de capuchinos, de la cual desconozco su ubicación. Y la talla de San Serafín se llevó al convento de capuchinas. Es ésta una imagen del siglo XVII muy bonita a la que falta el atributo que bien podría tratarse de una cruz. Como ya hemos dicho, este santo capuchino era objeto de gran devoción en Calatayud. En la procesión del Corpus, cuando los frailes de todos los conventos de nuestra ciudad sacaban sus imágenes, San Serafín era sacado para deleite de los fervorosos bilbilitanos.
Gracias a la amabilidad de las hermanas Capuchinas, he podido fotografiar la talla de San
Serafín y aquí se la muestro.
El otro grabado señala de una manera idealizada, el convento de capuchinos y la cruz que se alzaba frente a él.
(Si existe algún problema de reproducción de alguno de los dos grabados, ruego me lo hagan saber, los retiraré inmediatamente.)
FUENTE, Vicente de la. Historia de la siempre augusta y fidelísima Ciudad de Calatayud. T. II. Calatayud: Imprenta del diario, 1881
Es una pena que lugares o monumentos, como el mentado, desaparezcan creando un vacío y empobrecimiento en las ciudades y en el corazón de sus habitantes.
En Calatayud siempre nos ha gustado mucho lo de renovar el espacio urbano, hemos destruido nuestra identidad durante años. En el siglo XIX era «comprensible», digamos, una destrucción como la que se llevó a cabo. Pero en estos diez años pasados se ha destruido impunemente con igual o mayor incultura. Hay cosas que no cambian.