La especulación de las que hablábamos anteriormente ha hecho que la población se desplace de manera poco natural hacia barrios residenciales alejados del centro tradicional. Esta situación, lo único que ha provocado aparte del abandono de éste y la destrucción de nuestra vega y nuestra huerta, es un aumento de gasto en todo lo referente a pavimentaciones, prestación de servicios luz, agua, alcantarillado etc.
Decenas de calles y de viviendas nuevas crecidas al amparo de ese “boom” inmobiliario del que parece que tenemos que purgarnos de repente.
Por tanto estoy convencido que:
Una ciudad que cuida su fuente de riqueza no recorta en personal ni en casetas de turismo ni las desplaza hacia lugares de difícil acceso; sino que facilita la difusión de la información entre los visitantes, mantiene los templos abiertos para su visita sacando incluso un rendimiento aunque sea pequeño.
Una ciudad que quiere visitantes cuida su medio ambiente, su entorno paisajístico, cuida sus acuíferos, sus fuentes (desaparecida la de Marivella etc) facilita los senderos, cuida los caminos, aún los insignificantes ¿se han aventurado alguna vez a ir hasta el barrio de Torres andando?, les aseguro que es toda una experiencia: fincas que se apropian de los caminos, obstáculos por doquier, señalización nula etc. Cuida sus tradicionales casas de campo, muchas destruidas, otras a medio hundirse, no podemos olvidar aquí la torre del Carmen o la de Anchís convertida en paridera y de ruina irreversible. Cuida sus yacimientos y descubrimientos arqueológicos, frena la rapiña, cuida sus elementos muebles, no sólo en iglesias; cuida que no desaparezcan cosas tan valiosas como las columnas de la plaza de España (sustituidas por otras nuevas), una portada completa de la calle de la Rúa, rejas de palacios, balcones, aleros, carteles de calles de cerámica del XIX, y así un largo etc.
No es la intención de este escrito hacer de Calatayud una ciudad de postal, inhabitable para sus vecinos, una especie de recreación de “Bienvenido Mister Marshall” lleno de clichés y de tópicos esperando un maná que nunca caerá del cielo, si no todo lo contrario, una ciudad de la que estemos orgullosos y no pensando en echarla abajo como muchas veces se oye.
Para convertirnos en un destino atrayente tenemos que vender aquello que nos hace diferentes, y les aseguro que es fácil, lo tenemos aquí, de hecho siempre lo hemos tenido. No nos queda más remedio que echar la vista atrás para que nuestro futuro sea realmente nuestro. Calatayud nos espera con los brazos abiertos.