Estimados lectores de «La Sobresaliente», esta semana el que aquí escribe, ha tenido la oportunidad de visitar una pequeña exposición, en la Fundación Lázaro Galdiano de Madrid, de dos viajeros y pintores románticos: don Pedro de Madrazo y el aragonés don Valentín Carderera.
El convulso siglo XIX significó para todo el territorio nacional, un periodo de cambios sociales y de incertidumbre, eran los últimos coletazos de la sociedad del antiguo régimen. Para el Patrimonio histórico artístico, desde luego, fue un periodo nefasto. Las leyes desamortizadoras de Madoz y Mendizábal, y las sucesivas guerras, provocaron la pérdida de gran parte de nuestra riqueza, aunque, eso sí, significó el inicio de una toma de conciencia de lo necesario que era la conservación de los vestigios de nuestro pasado para conformarnos como sociedad culta y moderna.
Valentín Carderera y Pedro de Madrazo, desde luego, fueron dos artífices de aquella toma de conciencia. Los dos, en sus viajes recopilando las bellezas arquitectónicas y muebles de nuestro país, ayudaron en algunos casos a frenar su deterioro o destrucción sistemática. En los casos en que no lo consiguieron, dejaron al menos un testimonio gráfico, antes que el devenir del tiempo lo enterrara en el más absoluto olvido.
Calatayud fue ciudad de destino para ambos ilustradores. Sus dibujos, elaborados con singular maestría, nos hace evocar ese pasado que ya nunca volverá: románticas ruinas, monumentos desaparecidos, trazados urbanos ya perdidos… etc. Valentín Carderera, de hecho, aparece nombrado en la «Historia de Calatayud» porque su sensibilidad hacia el patrimonio fue proverbial para aquella época. Nuestro historiador Vicente de la Fuente también abogó por la conservación de gran parte de nuestro patrimonio, pero sus ruegos o puntualizaciones fueron desoidas sistemáticamente por las autoridades: sirva de ejemplo la destrucción del gran templo mudéjar de San Pedro Mártir, arrasado por la incultura, la brutalidad y el caciquismo más aberrante.
Hoy en día, casi doscientos años después, tenemos modernas cámaras fotográficas que sustituyen la maestría de los pinceles de estos dos genios, pero no parece que la conciencia por la conservación de nuestro patrimonio haya variado mucho. No quedan tan lejanas la destrucción de la iglesia de San Francisco (años 50), o del convento de las Dominicas (1975). Hoy se cree, que el respeto por el patrimonio se ciñe a dos o tres monumentos señeros de nuestra ciudad. Mientras, la especulación y la falta de sensibilidad, se ha llevado por delante gran parte de nuestras calles y de nuestra arquitectura popular. Hoy no tenemos a eruditos como Vicente de la Fuente o Carderera, hoy somos nosotros los que tenemos que denunciar antes de que sea demasiado tarde. Puede que no tengamos facilidad para pintar, pero
siempre podemos inmortalizar, con un simple clic de nuestro teléfono móvil, lo que poco a poco se va destruyendo. El desplazamiento de la población y el vacío en que ha quedado nuestro casco histórico, abandonado y masacrado continuamente,nos debería hacer pensar hacia dónde queremos llegar con un futuro que arrasa con su pasado, con su quizá posible única fuente de riqueza. El vaciar de servicios sociales llevándolos a otras zonas de reciente construcción, no ha hecho más que acelerar el deterioro de nuestro verdadero Calatayud. Los ayuntamientos, da igual del signo político, no han hecho más que propiciar toda esta situación. Hoy no quiero que «La Sobresaliente» sea sólo un lugar amable, sino también un lugar de toma de conciencia y de amor hacia nuestra ciudad. Defendámosla como aquellos viajeros del romanticismo, paseemos y disfrutemos de lo que nos rodea y exijamos que no se destruya más y que se construya con gusto y propiedad. Nos jugamos nuestro futuro.
(Como ejemplo simplemente quería añadiros el antes y el después del Palacio de Gotor, destruido en la década del año 2000. Les dejo juzgar por ustedes mismos)
(La segunda foto extraída del libro “Programa urgente de protección del conjunto histórico-artístico de Calatayud. Abasolo Sánchez, Francisco et al. Madrid: Dirección general de bellas artes, cop. 1973. Si hay algún problema con su reproducción ruego lo hagan saber al autor)