Qué os parece, queridos lectores, si dejamos de un lado las críticas (que las habrá más adelante y muy justas) y dejamos escapar la imaginación contemplando el caserón que encierra el bilbilitano «Casino católico de obreros».
Nuestro «Fénix de los ingenios» particular, nuestro «Criticón», nuestro Gracián que tantas veces pasearía por esta calle pudo contemplar con sus propios ojos este típico palacio aragonés de ladrillo, que aún con algunas modificaciones, ha sabido conservar el encanto de los rincones de este Calatayud que poco a poco dejamos perder.
Un arco de medio punto da entrada a un edificio de dos plantas con balcones y mirador de óculos como remate; un sencillo alero es el digno final que antecede a la cubierta.
Una buena restauración salvaría del triste final de otros palacios de esta época (quizá siglo XVI) a este número seis de la calle de Gracián, que después de muchos usos vino a albergar entre sus gruesos muros la institución del Círculo católico de obreros que nació por el empeño de un grupo de creyentes bilbilitanos que a raíz de la encíclica «Rerum novarum» del Papa León XIII, que pretendía dotar de una dignidad a la masa obrera que empezaba a despuntar en esos finales del siglo XIX, decidieron ofrecer unos servicios a mucha gente que en aquel entonces estaba condenada al analfabetismo por su situación personal y social.
En sus locales se celebraban clases nocturnas para trabajadores y otras actividades que poco a poco el propio estado fue absorbiendo por lo que la institución quedó como algo nominal que aún subsiste a duras penas.
¿Puede encontrarse algo más típico y más nuestro?, bueno, sin olvidarse de esos sones que se escapaban de sus estancias cuando allí se daban bailes de salón mientras varias parejas bilbilitanas se dedicaban a exhibir su «expresión corporal» y de lo que no hace tantos años, ¡ay! ¡cómo pasa el tiempo!.