En estos días próximos a la fiesta de Todos los Santos, y a la noche de ánimas, la brusca caída de la luz del sol, el incipiente frío, y las visitas a los cementerios invitan a recordar junto a los nuestros, alrededor de una mesa y de un humeante chocolate, las historias y anécdotas aderezadas de cierto matiz misterioso o insólito. Calatayud, en sus calles, encierra historias inconfesables y rincones que aún invitan al estremecimiento. Hoy, amigos de la Sobresaliente, os invito, bajo la mortecina luz de una vela, a descubrir el retrato de Agustín Castán,. Quizá una ráfaga de aire simule una antigua oración, o un lamento, de este desconocido personaje cuyo retrato, oscuro ya por el paso del tiempo, todavía despierta curiosidad y desasosiego. Antes de comenzar con esta simpar historia una pregunta muy sencilla: ¿Conocen, mis queridos lectores, la bilbilitana plaza de San Miguel?, probablemente de pasada hayan podido admirar su quietud o su rara belleza, quizá también muchos de ustedes no sepan que precisamente el nombre de este castizo rincón de nuestra ciudad viene de la antigua parroquia de San Miguel que hasta el año 1870 se alzaba en este mismo lugar.
La iglesia, de la que hoy sólo tenemos un vago recuerdo, era una de las más antiguas de la población. Volvamos la vista atrás y contemplemos pues, un templo pequeño, oscuro, barroco, coronado con un humilde campanario y con un simple arco cubierto con un techado para acceder a él. El mérito artístico de la construcción no supo ser entendido por sus contemporáneos que lo hicieron demoler para sacar cuatro reales de sus vetustas piedras. ¿Qué tiene todo esto que ver con la entrada de hoy?, ¿quién era Agustín Castán?: pues Agustín Castán era un parroquiano de esta iglesia cuya extraña enfermedad le hizo ser tenido incluso por santo, por los habitantes del Calatayud del siglo XVII. Era paradójico que un barrio como éste, conocido antiguamente como barrio de la Salud, fuera renombrado por las virtudes de un personaje doliente, pero así fue, y por ello mereció ser incluso retratado en lo más terrible de su estado de postración. Pero, ¿qué os parece si en lugar de utilizar mis palabras os transcribo la leyenda que aún puede leerse bajo la figura enjuta y misteriosa de este olvidado individuo?, ¡pues allá va!: “ Verdadero retrato del Venerable Agustín Castán. Nació en la ciudad de Zaragoza y murió en Calatayud el 7 de marzo de 1651 de edad de 69 años; se enterró en la iglesia parroquial de San Miguel de dicha ciudad de Calatayud. Habiendo padecido de continuo la enfermedad causada de un golpe en la cabeza de la que estuvo en peligro de muerte, de la que le libró Dios por entonces, quedó tan impedido que por algunos años tuvo la necesidad de valerse de pies y manos para andar. Después usó de muletas hasta la edad de 27 años que agravose la enfermedad. Se le encogieron del todo pies y manos, sin quedarse uso de ellos, y del humor de una cuartana (fiebres) que le sobrevino, se le sumieron ambos ojos y estuvo así 16 años, hasta que finalmente llegó a termino de haber de estar con graves y continuas llagas en una artesilla (cajón de madera) con una sola paja menuda (como comprenderán nuestros lectores, los colchones no era algo muy común). Sin mudar otra forma vivo que la que muestra difunto su retrato, por tiempo de otros 26 años (es decir que no cambió de aspecto). Ayunó todas las cuaresmas menos las dos últimas. Fue de entendimiento despierto y de gran paciencia, que no se le oyó queja de su enfermedad, ni se le conoció deseo determinado de salud. En este estado llegó su tránsito dichoso y quedó su cuerpo sin señal de difunto, antes bien, tratable en manos y pies que en vida no lo tuvo y de color encarnado. Fue venerado en toda la ciudad y retratose para ejemplo en el padecer y que se vea que puede nuestra flaqueza asistida de la divina gracia”. Pues ahí vemos a Agustín Castán retratado ya difunto, sin ojos y encogido, en un sobrecogedor cuadro que conoció, desde su factura, varias ubicaciones (hospital municipal, museo de arte Sacro…), hasta que ha sido felizmente rescatado por unos amigos del arte, para situarlo en el nuevo museo de la Semana Santa que abrirá sus puertas en la antigua iglesia de las Carmelitas de nuestra ciudad, donde podrá ser contemplado. Como ya saben nuestros lectores antiguamente se enterraba en el interior de las iglesias, y los restos de los difuntos, al demoler éstas, normalmente no se trasladaban por lo costoso de esta labor, por lo que podemos imaginar, que debajo de esa apacible plaza de San Miguel todavía reposen los restos de nuestro venerable Agustín Castán. Yo aún alcancé a contemplar los sillares que sostenían este templo antes de que una desafortunada actuación, los sustituyera por una simple capa de hormigón. Piensen en esto cuando se dirijan por estos parajes en esas noches silenciosas y oscuras, o cuando salgan de disfrutar de una velada en un conocido bar de la misma plaza y recuerden su retrato lóbrego y sombrío a la luz de un candelabro. Ciertamente Calatayud encierra grandes misterios y sorpresas ¿verdad?.