Cuando recuerdo mi infancia en Calatayud la verdad es que siempre aparece la imagen de la niebla y el frío y el sonido de las campanas de san Juan el Real tocando a entierro los domingos y a uno se le ponen los pelos de punta con la nostalgia y el cariño.También me vienen a la mente rincones que ya han desaparecido y nunca volverán, y como vamos siguiendo el rumbo de la calle de Gracián le toca el turno a este bello exponente de la arquitectura en bloque de Calatayud. Vamos a reincidir mucho en el tema porque es lo que sobreabunda en el casco histórico ¿protegido?…
Hace ya unos veinte años aquí se alzaba una casa con arco de medio punto y grandes balcones que a fuerza de abandonos se adivinaba que su final no pasaría por la rehabilitación; no era un exponente del arte mudéjar ni del gótico, simplemente era una casa más pero con encanto, la verdad, que dotaba a este castizo rincón de algo diferente, uno hasta podía imaginar que en el pasado sus muros sostendrían unos faroles con una luz tenue iluminando alguna imagen de la Virgen, lástima que de todo eso quede este edificio como un ave fénix del progreso.Según tengo entendido el ayuntamiento de aquel entonces permitió que se demoliera a cambio de conservar su bello arco de entrada, pero qué paso: pues que el arco se cayó, qué casualidad, aquí en Calatayud todas las cosas que merecen un poco la pena acaban por tierra, eso sí, el arquitecto nos regaló la vista con esa imitación insuperable del arco de marras.A veces no me extraña que la población rumana haya crecido en Calatayud, yo creo que tantas casas iguales debe recordar a la arquitectura de la época de Ceaucescu toda igualita, sin un detalle, balcones cuadraditos con rejas estándar, garaje con puerta descomunal por si te compras un tanque, que siempre viene bien con los tiempos que corren no se crean,ah bueno y dotemos de tipismo el edificio ¿qué tal unas bellas columnas de hormigón contundentes y orondas?, se ve que hay buen gusto ¿verdad?.
No suelo ser asiduo de foros en la Red, pero me gusta entrar y bucear en contenidos que me atraen. Hoy, después de varias entradas en la historia de Calatayud, se me ha ocurrido poner «recuerdos de…» y ha aparecido, con toda la magia que puede ofrecer el invento, la Plaza del Católico y el comentario que comparto. Soy hijo de aquella casa que desapareció en la calle de Gracián nº 5, sí, soy un Alonso por parte de madre. Mis abuelos Salvador y María, los hijos de la tierra, se acercaron a la Ribera desde Campillo de Aragón y, tras instalarse en una casa de la plaza de San Francisco, prosperaron económicamente y acabaron comprando la casa de la Plaza del Católico. Allí nací un día de las ferias de septiembre de 1948 y acudí todos los veranos de mi infancia, desde Lérida, donde estaba destinado mi padre. La casa tenía una estructura palaciega, aunque mi familia no llegó a ocuparla en toda su extensión. La muerte temprana de mi abuelo pudo tener algo que ver. A la entrada había un vestíbulo con un viejo arcón donde se guardaban mantas y colchas, del que partía una amplia escalera presidida por un cuadro enorme de motivos religiosos. El recuerdo que guardo en mi retina es el de mi madre subiendo las escaleras de dos en dos para abrazarse a la abuela, quien mirando hacia mí, subiendo rezagado, repetía: «el chico, el chico». Mi familia sólo ocupó la mitad del primer piso. El segundo se convirtió en el desván que hizo volar la imaginación de los niños de la casa, habitado como estaba por la «sábana blanca». Así llamaban mis primos al fantasma. En el primero había una gran habitación destartalada a la que llamábamos «el salón», que ocupaba una tercera parte de la planta y que servía de almacén y campo de juego para nosotros. Allí comíamos algarrobas que estaban reservadas para los animales de las cuadras de la planta baja; jugábamos con las ruedas viejas de los automóviles que había tenido la familia y escudriñábamos con curiosidad los tapices rotos y papeles con motivos palaciegos que, desgarrados, presidían aquel viejo mundo. La muerte de mi abuela significó el fin de la casa, pues su último residente, mi tía Mari, se fue a vivir con su hermana a Lérida. Allí también acudió mi tío Alfredo y sólo en los veranos, iban los tres a Calatayud a dar una vuelta a la casa, lo que significaba que las dos hermanas se daban una paliza de trabajar para levantarla. Eso era lo que quedaba de la casa y la familia. Mi tío Artemio vivía con su familia en Zaragoza y mi tío Salvador, padrino e importante tutor de mi infancia, vivía en Almacellas-Lérida, sin solución de continuidad de la que había sido la casa de sus padres. Creo que la casa se acabó vendiendo por un precio testimonial a uno de los «criados», designación curiosa en la segunda mitad ya avanzada del siglo XX, quien no espero tuviera interés alguno en conservarla. Ignoro que hubiera ocurrido si yo, en mi madurez, hubiese tenido ocasión de decidir al respecto. El cuerpo me pide haber restaurado la casa, no sin reestructurarla para hacerla habitable por varias familias, y yo me hubiera reservado un espacio menor para «tener casa en Calatayud», pues de todos los lugares que he recorrido aquí y allende fronteras. es el único al que siempre he deseado volver. Uno de mis humildes poemas reza que todos los caminos empiezan y terminan en Calatayud y en una sencilla canción, de las que ya no hago, concluía diciendo en réplica imposible al gran Machado y su Soria, barbacana de Castilla: Y allí por mi pueblo el castillo muerto de un tal Ayub, guarda su memoria para decirle a Soria «soy Calatayud»
Hola Xavier, te agradezco enormemente que hayas compartido con nosotros tu infancia en Calatayud, y tus cariñosos recuerdos. Para mi es algo importante que alguien se acuerde de esas viejas casas que han terminado desapareciendo en Calatayud y más si las han vivido en primera persona. Tu descripción es interesantísima y , por desgracia, nos deja el mal sabor de boca de ver todo aquello desaparecido, Gracias por amar esta tierra y perdona no haber visto el comentario anteriormente, estoy poco acostumbrado a que comenten las entradas del blog. Un saludo y encantado.