Cualquiera de nosotros pensábamos, hasta hace poco, que las antiguas y mortíferas pestes eran maldiciones que yacían dormidas en los libros de historia. Calatayud, ayer como hoy, las sufrió de manera indecible y también en estos tiempos como en los antiguos, las consecuencias de estas enfermedades sobre nuestra población fueron funestas.
Las pestes en las edades media y moderna eran cosa frecuente y la capital bilbilitana creaba, a su alrededor, un conjunto de medidas destinadas a frenar su avance. Así pues, a partir del siglo XVII, el concejo nombraba a los llamados “diputados de la peste” con la potestad suficiente para hacer y deshacer a su antojo en el momento en que nuestras murallas se veían asediadas por tan temido mal: derribar casas donde se hubieran sucedido episodios de peste, alejar de la ciudad a los posibles infectados, vigilar las diferentes puertas, impedir la entrada de productos
procedentes de zonas sospechosas, tomar el dinero que se creyera conveniente de las arcas municipales o incluso obligar a médicos y boticarios a permanecer en Calatayud en los momentos álgidos del brote de pestilencia….
En el siglo XIX la peste mutó su genérica denominación para denominarse “cólera morbo” y, como sabemos, en época veraniega, éste hizo estragos en nuestra ciudad. Terribles pues fueron las epidemias de 1834, 1855 y 1885; aunque no fueron las únicas.
La primera de ellas, la del 34, en plena guerra carlista, hizo que debido al número de muertos, se dejara de enterrar en las iglesias para pasar a hacerlo en el cementerio que todos conocemos de “la Soledad”, y eso que ni siquiera se encontraba construido. De hecho fue bendecido mucho más tarde, el 31 de octubre de 1850. Recibía tal nombre por hallarse próximo a la ermita de la Soledad, ya desaparecida.
En aquellos años del XIX, ya se crean improvisados hospitales, alejados de la ciudad, para atender a los muchos enfermos. Uno de ellos fue, por ejemplo, la casa de Jesús del Monte (para muchos casa del Conde), ya hoy destruida. En pandemias posteriores se empleará, para tales fines, el cuartel de la Merced situado en la plaza del Fuerte.
Otras medidas estaban destinadas a no minar el ya decaído ánimo de los bilbilitanos en aquellos momentos de incertidumbre; así pues se limita el toque de campanas de agonía, y de difuntos. Otra de las disposiciones ordenaba alejar a los viajeros de la ciudad,de hecho a estos se les atiende en la venta del puerto de Cavero en lugar de la de Llovet que se hallaba al final de lo que hoy se conoce como “el paseo”.
Las cosas llegaron a ponerse tan complicadas en algunos momentos que las ferias del año 1865, pasarán a celebrarse los días 15, 16 y 17 de diciembre.
Leyendo cartas de mis antepasados, que sufrieron en aquel momento los rigores de este temido mal, se puede comprobar que era complicado incluso el hecho de ofrecer misas: “Encarga 30 misas en Madrid a 4 reales porque en Calatayud nadie las quiere hacer porque están sobrecargados de las mismas debido a las muertes del cólera”. O los remedios que se utilizaban para atajarlo: “Ya le han quitado la cataplasma…. No se le quita la calentura.”
Pero quizá el peor brote de cólera es el que azotó la ciudad en el año 1885 siendo alcalde Juan Blas y Ubide. En aquellos momentos la enfermedad se cobró muchas víctimas (según algunos de 800 a 1.200). Los bilbilitanos, como en anteriores tiempos, buscaron su amparo, no sólo en la medicina, sino también en el cielo. San Roque, patrón contra la pestilencia, fue (y es hoy día), una de las devociones más queridas y eficaces. Sin embargo en aquel momento, se creyó conveniente acudir además a la intercesión de San Íñigo, la Virgen de la Peña y el Cristo de Ruzola (imagen muy querida en la ciudad antaño). Para tal fin nuestra patrona fue conducida en procesión desde su templo hasta la iglesia del convento de Capuchinas. Hoy este hecho nos parece algo habitual pero antaño no, la Virgen no salía de su santuario salvo en contadas ocasiones. Allí se hallaban ya la efigies del patrón, traída de San Benito; y del crucificado que se halla todavía hoy en dicho lugar. Como cosa curiosa, acompañando esta publicación, os hago llegar una imagen inédita del año 1885 en el que se puede contemplar dicho momento de rogativa.
Según afirma José María López Landa: “ Cuando al cesar el azote, se cantó en Santa María solemnísimo tedeum (himno en acción de gracias), eran muy raras las personas que no vestían de luto”.
Como bien sabemos, los brotes de esta temida enfermedad, se repitieron incluso en épocas recientes del siglo XX.
Bibliografía
- GALINDO ANTÓN, José. Crónica bilbilitana del siglo XIX. Calatayud: Centro de estudios bilbilitanos, 2005.
- FUENTE, Vicente de la. Historia de la siempre augusta y fidelísima ciudad de Calatayud. Tomo II. Calatayud: Imprenta del diario, 1881.
- URZAY BARRIOS, José Ángel; SANGÜESA GARCÉS, Antonio; IBARRA CASTELLANO, Isabel. Calatayud a finales del siglo XVI y principios del XVII (1570-1610): la configuración de una sociedad barroca.
- LÓPEZ LANDA, José María. Historia de Calatayud para escolares. Calatayud: Centro de estudios bilbilitanos, (D.L. 1979).
Muy buen comentario .Las cifras de muertos en Calatayud ……son impresionantes .Mi comentario es sobre ,!o que dices de la ermita de la Soledad .Muy cerca del cementerio ,prácticamente al lado hay un almacén abierto de tejado ,que tiene de cimientos …piedras de sillares ,seguramente de Bilbilis todo alrededor .¿Pudo ser esa la ermita ?
Antonio, gracias por escribir. La ermita según parece se hallaba justo donde hoy hay una cruz o humilladero,a la salida del cementerio. Dicha cruz se encontraba frente al convento de capuchinos de Calatayud. No he visto el almacén pero, por lo que me comentas, seguro que son sillares de Bílbilis. ¡Un abrazo!