Muchos de ustedes, cuando pasan por la plaza de España, no habrán reparado en lo que esconde el recodo de una sus recoletas esquinas. Otros sí, porque donde antes había históricas casas (lamentablemente perdidas), hoy hay un nuevo y flamante supermercado que seguro habrán recorrido. Allí, en ese páramo urbano, como reliquia del pasado, pervive, tras una reja que pasa totalmente inadvertida, la calle de la flecha (o de las flechas). Esta callejuela es uno de esos rincones que merece la pena reivindicar y volver a visitar y un lujo para el turista ávido de rincones auténticos y típicos.
No sé si ustedes han oído hablar de Antonio Serón, éste fue un poeta del renacimiento, paisano nuestro, que como todos sus contemporáneos bebían sus escritos de la antigüedad greco-romana, y uno de los primeros que utilizó el nombre de Bílbilis para referirse a nuestra ciudad. Según nos relata Vicente de la Fuente, en su historia de Calatayud, dicho autor hizo un recorrido literario por nuestras calles allá por el siglo XVI, haciéndonos una idea de lo que podía ser nuestra ciudad en aquellas lejanas épocas. Cita iglesias, casas nobles, calles y sobre todo mozas de todas las edades de las que el poeta se prenda de manera apasionada.
Serón ya se refiere a la calle de las flechas en sus escritos definiéndola como una calle sucia y que exhalaba malos olores “Angustum callem tetrum qui exhalat odorem”. El caso es que antes podría ser así, pero ahora rezuma silencios. Para los que nunca han pasado por allí decirles que lo angosto de su trazado hace que sea complicado atravesar por ella sin rozarla por alguno de sus costados. La desembocadura de esta olvidada vía va a parar a la calle de la Rúa, frente a la parroquia de San Andrés. Justo en este tramo final se encontraba sobre ella el palacio de Sicilia, donde transcurre una de esas históricas leyendas, la de don Juan Cobo, el contrabandista romántico de Calatayud.
Si ustedes van a hacer una visita quizá la encuentren cerrada, pero pueden, provistos de una cámara de fotos, hacer una curiosa instantánea de su silueta pintoresca. Quizá en un futuro podamos disfrutarla como una de esas cosas que merece la pena vender de nuestra ciudad. En ella podremos imaginar a nuestro romántico poeta observando la ventana de alguna bella dama del Calatayud del Renacimiento o, al caer de la tarde, pasar inadvertida la imagen de don Juan Cobo antes de entrar a una de las bodegas que le serviría de pasadizo para sus correrías. ¿Evocador verdad?.
Pues sí. Casi estaba sintiendo la adrenalina subir, pensando en aventurarme en esa estrechez y luego llegando al punto medio y correr hasta el final, con la incertidumbre de si alguién vendrá justo en ese momento.
Me imagino ese callejón exhalando un aliento fresco y húmedo.
Es de esas cosas que despiertan una curiosidad infantil , como la sala de los secretos del Monasterio de El Escorial
Yo y mis amigos hemos pasado muchas veces cuando eramos niños por esa estrechisima calle.Creo recordar que alguien me dijo que en esa calle se dejaba guardado una pasarela de madera para cuando bajaba la riada por la Rua.
La pasarela desde luego existió, pero no sabía que se guardaba en esta pequeña calle. Muchas gracias por el dato y por tus comentarios. Un cordial saludo.