La historia de don Juan Cobo, el romántico contrabandista de Calatayud

En pleno siglo XIX, en un Calatayud devastado por guerras civiles y minado por la despoblación y el olvido, dos muchachas se afanan por quedar presentables en un baile de sociedad de los que no han dejado de celebrarse aún cuando las circunstancias sólo invitaban a permanecer en casa debido a la inseguridad.
Los Villa Antonia, como gente burguesa bien acomodada y noble, organizan cada cierto tiempo una tertulia musical que hace las delicias de los bilbilitanos que pueden permitírselo. Su palacio, junto al derruido convento del Carmen (del que sólo queda la airosa cúpula de su iglesia) ; está decorado muy al gusto de la época. Las pinturas en los techos, sus muebles cómodos, grandes y vistosos etc son la comidilla de todo aquel que lo visita. Sus dueños, con muy  buen gusto, han sabido dar vida a una pequeña ciudad aragonesa que siempre ha soñado con tiempos pasados y mejores.
Volvamos nuevamente a centrarnos en estas jovencitas que, colocadas frente a un espejo, aprovechan los últimos rayos de una fría tarde de marzo.. Un candil que insinúa misteriosas sombras en el techo de su alcoba les ayuda en su tarea.

-¿Tú crees que nuestro padre nos dejará salir así, dadas las circunstancias?, bien sabes que es demDetalle del palacio de los Villantonia de Calatayudasiado severo y que no le gusta que nos echemos polvos de arroz en el rostro.

-Por esta vez, hermana mía, no creo que pase nada, hace mucho que entre lutos y entierros no nos dejamos ver más que vestidas de negro. Por un día creo que hará la vista gorda, otras chicas de nuestra edad los usan sin más problema…

-¡Aguarda un momento!, el papá está llamando a la puerta…

-Mucho os afanáis queridas hijas puede entrar vuestro paciente padre

-«¡Adelante!», dicen ellas

El rostro del padre al entrar cambia de color y sus facciones se tornan duras. Las muchachas ya intuyen la reprimenda y corren presurosas a quitarse todo resto de maquillaje con una toalla de hilo.

-«Deberíais saber, sin que yo diga nada, que bastante hago con dejar que os pavoneéis en esos bailes ridículos e indecentes. Ya san Efrén advertía de lo diabólico, que todo ese escaparate, significa para las dulces almas de unas niñas de edad temprana como sois vosotras….creo que, después de esto, permaneceréis esta noche junto a mi rezando un Rosario a la Virgen de la Peña por el alma de vuestra madre y ¡sin chistar!. Acabad de lavaros la cara y bajad al comedor que junto al brasero estaremos mucho más tranquilos».

El padre abandona la alcoba, las caras de las dos muchachas son un verdadero cuadro . A pesar de todo son obedientes y acatan las órdenes sin pensar demasiado en el cambio de planes. Esa noche es uno de los bailes más sonados de la temporada y a él va a acudir un señor de cierta importancia del que se habla en todas las casas de Calatayud con admiración, curiosidad y misterio: don Juan Cobo.

Hace ya meses que el palacete de la calle de San Miguel número dos tiene nuevo inquilino, un señor con porte elegante ocupa sus estancias. La procedencia de tal personaje es de lo más misteriosa pero ya tiene a su cargo a diez personas de servicio y su hija, una bella muchacha que luce una larga melena rubia, pasea su guapura por las calles bilbilitanas a lomos de un elegante caballo blanco.
Mucho se habla de él pero poco se sabe. Unos dicen que si es un indiano, otros que si es un comerciante que tiene proyectos en Francia y por eso se instala en Calatayud mirando las vías de comunicación de la Ciudad, también que si es un noble que ha heredado una gran fortuna, que si es un vividor…todo elucubraciones. Pocos han sido los que han podido acercarse a él, pues aunque es amable, alimenta a cada momento su leyenda y el halo de misterio que lo rodea. El palacio donde ha fijado su morada, luce ahora nuevos jardines al gusto italiano con bellas estatuas y se dice que todo lo que le rodea es un derroche de lujo.
Sin la compañía de nuestras inocentes amigas nos encontramos a las diez de la noche en los Detalle del palacio de los Villantonia de Calatayudsalones de los Villa Antonia, es la hora fijada para que comience el sarao y pocos van a ser los que se lo pierdan. Entran los invitados y casi todas las familias de postín dejan verse por allí luciendo sus nuevos trajes adquiridos en Zaragoza e incluso alguno, procedente de París y traídos por comerciantes de la ciudad. La música suena, los bailes se suceden y como ninguna brilla la presencia de Juan Cobo y de su hija que centran las atenciones de todos los convidados. Sin duda, son muchos los pretendientes que ansían poder pasear junto a ella aunque sea en compañía de su padre y de alguna carabina. Esta es una noche de risas y alegría que parece no terminar. La madrugada, al fin, sorprende a todos los invitados que prestos han de recogerse en sus hogares. La fiesta ha sido un triunfo y los marqueses despiden uno a uno a los asistentes que reciben los mayores halagos y felicitaciones. Don Juan Cobo es uno de los últimos en despedirse, sus ademanes y su cortesía sorprenden gratamente a los Villa Antonia que esperan contar con él en otras de sus reuniones sociales.
Mientras, los criados, esperan pacientemente a los señores aguantando el frío de la noche. En sus manos sostienen unos faroles que guiarán a los caballeros y damas asistentes a la fiesta, por las calles tortuosas y oscuras llenas de barro, hasta el abrigo seguro de sus hogares. Alguna hornacina con un santo, de la que pende una lámpara de aceite, será mudo testigo de esta escena.
El palacio queda en silencio, no se escuchan más que los sones del reloj y el crujido de las viejas maderas de las techumbres. En una de las alcobas del tercer piso, las destinadas al servicio, una de las muchachas de la casa llamada Rosario pero conocida por “La Betos” reza sus oraciones a los santos de su devoción entre los que se encuentra el Venerable Ruzola.

En el momento de conciliar el sueño, unos ruidos, hacen estremecer el ánimo de nuestra humilde mujer. La Betos siempre ha sido una mujer valiente que ha sabido salir adelante, siendo como es, de una familia pobre de Viver de Vicor. Ésta no se sorprende por nada, por lo que decide salir de su aposento con un candil que apenas ilumina dos pasos adelante de donde ella se encuentra. A pesar de su arrojo, Rosario, se siente embargada por un ligero temblor que mezcla el frío de la noche con unos nervios punzantes y se decide a bajar las escaleras del palacio para llegar a la planta noble donde se encuentran la mayoría de los salones.
Cuando se disponía a entrar en la sala de baile, de repente, en menos que canta un gallo, siente aproximarse alguien hacia ella que la coge del brazo y le tapa la boca….La Betos grita pero nada se escucha, un extraño personaje cubierto por una máscara la ase fuertemente impidiendo que se mueva y que profiera ningún sonido. Rosario lo mira presa del pánico pero, sin más, se ve libre del extraño enmascarado que, haciendo un ademán con su capa, sale de estampida con una rapidez asombrosa hacia la planta calle y desaparece.
Los gritos de la criada ahora sí que se oyen, y hacen que toda la casa se levante asustada. Los señores y varios de sus compañeros acuden raudos a calmarla. Ella, después de tomar una tila en la cocina, relata a duras penas la experiencia vivida con el caballero de la capa, que sin duda, venía a robar algo a las posesiones de los señores marqueses.

-Pero cuenta, chica cuenta ¿q´ha pasao? ¿No has visto nada?

-Maña, ¿qué voy a ver pues?, estaba oscuro y el candil alumbraba sólo un poco delante mío.

Al día siguiente el rumor se extiende por todas las calles de Calatayud. Los cuchicheos y corrillos empiezan en la plaza del Carmen y llegan hasta las cuevas cercanas al Castillo de don Álvaro en cuestión de segundos. Los sirvientes del palacio se encargan de ello.
Varias son las personas que se interesan, de inmediato, por el bienestar de los marqueses y se inquietan ante la inaudita historia. Pocas cosas pasan últimamente en Calatayud y todo el mundo se acerca, mezclando el interés con la curiosidad, a la casa de los Villa Antonia. El párroco de Santa María, es uno de los primeros. Tras él muchos de los convidados al sarao del día anterior se acercan a hacer visita, entre ellos, como no, aparece el elegante semblante de don Juan Cobo y el de su bella hija. Casualmente, junto a los marqueses, sirviendo el café y respondiendo a cuantas preguntas se le formulan se encuentra “La Betos”. Don Juan entra en el salón y al momento se acerca a besar la mano de la marquesa y a estrechar la del marqués. Su preocupación es grande y se encuentra teñida de un cierto nerviosismo. Tras un rato de adulación, Cobo, observa a Rosario. Ésta cuenta a todo el mundo con pelos y señales la experiencia nocturna encantada de ser requerida y escuchada. Don Juan se incorpora de su asiento y se acerca hacia ella.

-Disculpe, Rosario, ¿qué es exactamente lo que vio?

Rosario, un tanto turbada, pero desafiante y orgullosa, le contesta así al caballero:

-Mire, don Juan, poco vi porque la luz era escasa, pero aún así tuve tan cerca a ese personaje que si volviera a tener delante los ojos de aquel que vino la otra noche, los reconocería al instante de lo vivos que eran. ¡Dios me valga!…

Al oir esto, Don Juan, no mostró ningún gesto aunque su mano empezó a mostrarse inquieta…

-Disculpen señores pero he de partir, me esperan negocios que atender en mi casa, y mi querida hija se encuentra un poco indispuesta.

-Como usted vea señor Cobo, ha sido un placer y un detalle tenerle aquí entre nosotros interesándose de continuo por nuestro estado. Gracias sinceras.

El caballero tomó la puerta de la salita de recibir y huyó sobre su caballo blanco dirigiéndose al abrigo de su casona de la calle san Miguel. Aquello fue lo último que se supo de él. Esa misma noche don Juan Cobo abandonaría en un carruaje la ciudad y a los pocos días la casa quedaría desmantelada y las leyendas sobre su persona en boca de todos los bilbilitanos. Aún se cuenta, que al cabo de los años, se descubrió que don Juan Cobo era contrabandista y que el entramado de bodegas medievales de Calatayud comunicaban el palacio de los Villa Antonia con su caserón. Es más, algunos de estos pasadizos, llevaban hasta el mismo cementerio de la Soledad donde, junto a sus muros desconchados y la ermita que le da nombre, se reunía con otros malhechores.

Una de esas dos pobres chicas que no pudieron acercarse al baile, y que aparecen al principio de nuestra historia, un día le relató esta leyenda a su hija. La nieta de ésta, al cabo de muchos años, me lo relató a mi. Así como lo oí referir lo transmito para todos ustedes.

En los años ochenta el palacio del que fuera este personaje romántico fue demolido y en su lugar se construyó la residencia de día de la tercera edad. El callejón de la flecha y la calle de San Miguel, nunca llegarían a encerrar tanto tipismo y belleza.
El palacio de los Villa Antonia donde sucede dicha historia, se deja morir poco a poco…da pena imaginar su final ¿verdad?

FIN

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