Las “ferias” en honor a la Virgen de la Peña son como el broche de oro de las celebraciones estivales de Calatayud. Es como si la ciudad tomara esas fechas como ese último respiro antes del letargo del largo otoño y del duro invierno en nuestra ciudad.
Nuestras fiestas de septiembre van al compás de un tiempo más fresco y pausado, son como la antítesis de las de San Roque, en las que el sofocante “Lorenzo” marca el calendario, la música y hasta el disfrute del personal. A pesar de todo no podemos decir que nuestras “ferias” sean menos divertidas o menos participativas, pero sí que están teñidas de esa pátina que el tiempo deja en los objetos, volviéndolos más valiosos y elegantes.
Las bandas de música, por ejemplo, pasearán por nuestras calles en lugar de las charangas. Este año la de Tarazona, Villanueva de Gállego o la nuestra de Calatayud en nuestro recuperado teatro Capitol, nos harán recordar esos sones escondidos en las partituras de músicos de nuestra tierra como Pascual Marquina o Pablo Luna.
El vibrante son de la jota alternará con el estruendo de la pólvora o el ritmo más moderno de grupos como “El sueño de Morfeo”, “Efecto pasillo” o un tributo al ya histórico grupo Queen.
La revista más sicalíptica convivirá con los alegres cantares de grupos venidos de la China o del Perú.
La cabalgata, uno de los actos más concurridos, nos adentrará ya en el ambiente festivo, contemplaremos las ocurrencias de los grupos de animación y la belleza de las damas de las fiestas.
La feria de muestras en su edición XXXI, con sus carpas de alimentación o de muebles, con vendedores venidos de lugares variopintos para ofrecernos lo mejor de su trabajo, muchas veces artesano.
Los actos religiosos, los más íntimos y antiguos, son la base de nuestras fiestas: la Salve a la Virgen de la Peña o la ofrenda de frutos. Lugar de mención aparte merece el Rosario de Cristal, el más antiguo de Aragón, un tributo de una familia humilde para embellecer el día de nuestra patrona, que desde mediados del siglo XIX, recorre nuestras calles despidiendo su tímida luz desde los vidrios de colores que lo conforman, como pequeñas plegarias transmitidas de padres a hijos.
Las calles se llenarán, el paseo se abarrotará de saludos, sonrisas y reencuentros, así es como año tras año recordamos estos días.
Cuando estas fechas terminen todo volverá a la normalidad, la rutina se adueñará de nuestro semblante y guardaremos los vistosos trajes de baturro en el fondo de nuestros cajones.
Los que no conocen Calatayud en estas fechas les invito a que se paseen por nuestras calles, comprobarán el “bilbilitanismo” en su estado más puro.