El título de nuestra entrada de hoy parece el final de una obra de teatro, el decaer de los focos sobre un escenario, y algo tiene que ver con el aspecto dramático esta expresión. Durante años hemos asistido a un periodo de «bonanza» en nuestro país: grandes obras, proyectos, lucimientos y casas, muchas casas de nueva construcción.
Calatayud, aunque no se crea, siempre ha estado muy al día en lo que a acontecimientos históricos se refiere, si España era religiosa y adalid del catolicismo, Calatayud tenía 20 conventos; si se llevaba la desamortización, nosotros los primeros en destruir los conventos de marras y lucrarnos; y si se llevaba el construir pisos, los bilbilitanos volvemos a sacar la piqueta y en dos días nos cargamos todo el Casco histórico para construirlos nuevecicos.
Después de la tempestad llegó la calma y no una calma chicha realmente, sino incierta y llena de niebla, como una resaca de vino peleón. Yo, humilde cronista, hace tiempo dejaba llevar mis escritos más encendidos hacia las iluminaciones excesivas y las políticas urbanísticas de relumbrón pero ahora, después del caos y rodeado de situaciones sociales dramáticas, el que aquí firma, ha podido contemplar nuevamente gratis, las estrellas del cielo de Calatayud en verano, qué cosas ¿eh?; es más, saquemos otra carta, una carta alta y amable, ahora ya no hay dinero para construir sino para arreglar, y eso, aunque nos cueste mirar el vaso medio lleno, es, a mi parecer, bueno.
El palacio de los Sesé, destruido por un fachadismo falto de toda base, por lo menos, va volviendo a resurgir de sus cenizas, alguien volverá a habitarlo; dos o tres casas de esas que el personal hubiera echado por tierra hace pocos años en la calle de la Rúa, hoy lucen restauradas, como estuvieron hace siglos y, como no, al fin se apagaron los focos de las torres de Calatayud, a algunos esto le parecerá malo pero ¿no pinta mejor una estrella?.