San Roque el bilbilitano

Antes que en los años cincuenta el «Lorenzo» invitara al personal a una fiestas agosteñas, como diría el castizo. Antes que el rumor incesante de los bombos y la música llenaran las calles de Calatayud alrededor del día 16 del presente. Ya existía en Calatayud una devoción cierta a San Roque. Siempre se cuenta que el culto a este santo, de tantos timbres en nuestra ciudad, debió surgir a causa de la peste; San Roque era al que se acudía en busca de protección ante estos males que asolaban y diezmaban a la población. Antes fueronDSCN3971 otros santos los responsables de la salud del personal, pero nuestro Roque es el que quedó como el más milagrero y querido. Vicente de la Fuente ya habla de la tradición de las vaquillas en uno de sus relatos «Las vaquillas de San Roque», yo simplemente les voy a hablar de temas más píos como son la procesión y la misa en aquellos días de fiesta de mediados del siglo XVIII, en pleno barroco.

Aunque parezca curioso, pues a San Roque se le tiene por una devoción cercana a los franciscanos, serán los Carmelitas Calzados de Calatayud los que alentarán su culto. Como ya he recordado en alguna otra entrada de mi blog, el convento del Carmen Calzado se situaba frente al Sepulcro y desapareció con la desamortización, después de haber sido destruido inmisericordemente en la guerra de la Independencia tanto por franceses como por españoles. Aunque no poseo un dato documental que lo avale, yo creo que nuestro señor San Roque debía tener una capilla en el templo del Carmen. Según Vicente de la Fuente, el día del Corpus, los distintos conventos y monasterios de la ciudad sacaban «en peana» a los santos que más fervor despertaban en cada casa de religión. Curiosamente, estos frailes Carmelitas no sacaban a algún santo de su orden como sería lo habitual, si no que se animaban y paseaban a nuestro santo más festejado, y no nos equivoquemos, no lo bailaban. En Calatayud empezamos bailando a San Pascual y acabamos meneando a cualquiera que se nos ponga por delante con una aureola sobre las sienes.

Al parecer, llegado el día 16 de agosto y muy temprano, se acudía al convento del Carmen para allí subir a la ermita del santo, que en aquellos entonces, se utilizaba como atalaya para las tormentas y en la que vivía un ermitaño. Esta fiesta tenía voto de la ciudad, esto quiere decir que acudía el ayuntamiento ya que en su momento se ofrecería como acción de gracias para librar a la población de alguna calamidad inminente y de ahí quedó como tradición.

Una vez formado el inicio del cortejo se atravesaba la calle de las Trancas (hoy Sancho y Gil), la plaza del Mercado, la calle Nueva (Vicente de la Fuente), y una vez llegados a la Colegiata de Santa María se unía el cabildo para subir todos con paso cierto, a la ermita del santo. El cabildo es el conjunto de clérigos que asisten las colegiatas y que en el caso de la nuestra debía ser muy amplio.

Ya en la ermita se decía una misa rezada por el cabildo de Santa María. Antiguamente, antes del Concilio Vaticano II, lo habitual era celebrar las misas en latín de dos maneras. La manera rezada el fiel debía repetir un mayor número de oraciones y era la habitual de los días de feria (es decir, los normales). Una vez terminada la misa se formaba una procesión que volvía a bajar para volver al convento del Carmen. Imaginemos a nuestro San Roque bajando solemnemente acompañado por una treintena de frailes con sus túnicas, el podón municipal y las varas de la cofradía tras de ellos.

Vista de Calatayud desde el barrio de San RoqueUna vez llegados a esta santa mansión volvía a haber otra misa, esta vez cantada, que es otra de las variantes de la que hemos señalado anteriormente y reservada a las fiestas o a las solemnidades; y había sermón, probablemente dirigido por uno de los frailes carmelitas hablando de las bondades de este santo y entusiasmando (o llenado de hastío) a la concurrencia.

Últimamente, la novena de San Roque se venía celebrando en la Colegiata de Santa María donde se venera una imagen del santo que yo sospecho podría ser la que portaban los frailes el día del Corpus por ser una talla de vestir y por tanto más ligera, pero esto son sólo suposiciones.

Resulta curioso comparar aquellos festejos con los de hoy ¿verdad?. Desde luego las fiestas de San Roque son el tema de conversación de los bilbilitanos durante gran parte del año. El calor parece traer a nuestra boca los proyectos, ilusiones y esperanzas que las fiestas pondrán en nosotros un año más. Son como un corte en la vida de una ciudad que acoge al que quiere visitarla en estos días con otra cara, con una alegría distinta.

Si alguno de ustedes pasa hoy por la plaza del Sepulcro y hace el recorrido hacia la plaza de España en estos días de agosto, quizá pueda imaginar a esos habitantes de Calatayud del pasado venerando al santo que aún hoy, despierta tanta devoción en nuestra ciudad. En todo caso ¡Viva San Roque!

 

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