Hoy es San Íñigo, el ínclito patrón de Calatayud, nunca sabremos porque este santo ha pasado por la historia de nuestra ciudad con pena y gloria a la vez, quizá es la lejanía de sus hábitos benedictinos a pesar de la cercanía de su nacimiento en el antiguo Monasterio de San Benito, barrio mozárabe por aquel entonces.
Las comparaciones con otros compañeros en santidad siempre son evidentes en el cotidiano hablar de los bilbilitanos, y, deberían hacer, que este santo, se subiera a una nube ,como en algún grabado que ha llegado a ver el que escribe, y repitiera aquello de «Defiendo mi patria» mientras por el horizonte aparece San Roque dispuesto a quitarle el patronazgo con unas fiestas que, en este caso sí, gozan del regocijo popular como ninguna otra.
Ya escribía don Vicente de la Fuente que cuando se publicó la sentencia del patronazgo de Íñigo de Oña se hizo repetir por todo el pueblo al son de trompetas y atabales la tan dichosa noticia y, con su sorna habitual ,llena de buen criterio, nos dice «mandose poner iluminación en señal de regocijo, encender hogueras y fogatas, y, según la depravada costumbre de mezclar a los toros en todas estas cosas, se corrieron por la noche algunos jubillos, o toros con bolas de resina encendidas en las astas, cosa inhumana, repugnante y brutal, que consignamos con dolor para vituperarla y execrarla». Se ve que tanto don Vicente como San Íñigo se declararon antitaurinos y claro, San Roque, sin tantos remilgos, se dedicó a darle el matarile a los animalicos para disfrute del personal y de ahí la publicidad de la fiesta. Que no se enteren los que aúnan la españolidad con el espectáculo taurino, como cosa unida e inseparable, de esta declaración de intenciones en nuestra «Historia de Calatayud», pues ya en el siglo XIX se criticaba lo que, aún siendo tradición, no ha de ser necesariamente bueno.Y aquí tenemos a nuestro patrón, muy aburrido, quizá sí, pero con el hábito muy limpio, «pobre pero honrao».
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Felicidades por tu crítica inteligente.