Corría la mitad de un convulso siglo XIX en un Calatayud, todavía no repuesto de los saqueos de los franceses y de las interminables guerras civiles,las cuales, asolaban todo el país de manera descarnada. La vida se abre paso a pesar de las dificultades y de las carencias y nuestra ciudad , embebida en un prolongado olvido, no quería dejar atrás el bullicio salvífico del día a día.
Sonaba la campana de la iglesia de San Miguel, eran las primeras horas de la mañana del primer día de Septiembre y las ferias de ganado ya se hacían próximas. La plaza del mercado, como un mar plagado de velas, lucía los toldos de sus negocios con los mejores
productos de los términos de Meli o de Anchada. La gente se apelotonaba entre los estrechos pasillos que, como pequeñas calles improvisadas, encauzaban el flujo de visitantes y compradores. -¡Lechugas, tomates!, gritaban con voz ronca los vendedores, mientras sujetaban con sus manos los productos que ofrecían con descaro casi metiéndolos en las cestas de las posibles clientas -«¡Muy baraticos oigan!», repetían sin descanso.
En uno de los extremos de la plaza, en las antiguas cuatro esquinas, acababa de abrir un nuevo establecimiento don Carlos de la Fuente. Sus abuelos habían llegado a Calatayud procedentes de Cuenca y habían abierto el negocio, en la esquina de la calle de Gotor, mucho antes de la guerra de la Independencia. Sus géneros eran muy apreciados en la ciudad ya que ponían al alcance de los bilbilitanos productos que sólo se podían adquirir en poblaciones más grandes como Zaragoza. De sus anaqueles colgaban cintas, espejos, tijeras, sedas, libros, botones y hasta ligas de Fortanete.
Don Carlos era una persona honrada que había sabido, con su laboriosidad, labrarse una reputación intachable en la Ciudad y dar un nuevo giro a la tienda de su padre don José. Su religiosidad, hacía que también fuera partícipe de numerosas asociaciones cristianas y cofradías junto a su mujer Francisca. Una de ellas era la Esclavitud de la Virgen de la Peña, la patrona de Calatayud, de la que don Carlos, era tesorero.
La Esclavitud había surgido en el siglo XVII para rendir mayor culto a la Virgen de la Peña en su Santuario, en medio de las frecuentes disputas sobre su posesión que soportaba la imagen por parte de los antiguos canónigos y los Clérigos menores de San Francisco Caracciolo; en los que en principio esta cofradía, se apoyaba. Tras la guerra de la Independencia y la posterior desamortización, la pequeña iglesia fue comprada y restaurada por la congregación de esclavos, como un regalo para todos los bilbilitanos, no sin muchas dificultades y carencias económicas, normales en aquellos tiempos de penuria.
Don Carlos pues, aún al frente de su flamante comercio, despachaba las cuentas de la
Esclavitud con diligencia, guardando el dinero en su tienda para facilitar las labores contables. Sería un dos de septiembre, cuando los cierres de las puertas chirriaban con alegría, que uno de los dependientes, el más madrugador, se da cuenta de algo:…-«¡Ha desaparecido el dinero de la Virgen de la Peña!», «¡lo han robao!». Don Carlos bajó presto para comprobarlo, y era cierto, la caja de caudales que lo contenía no estaba donde debiera y la puerta se encontraba algo forzada. La buena fe de la que por entonces se disfrutaba, hacía que fueran improbables los robos dentro de los establecimientos, pero no imposibles, claro está. Surge la voz de alarma en la casa, y como no, el Mercado, que en aquel momento alza los sombrajos de sus tiendas, se hace eco de manera inusitada del hecho, como un río que nadie puede detener. El dependiente que lo vio lo comunica en la puerta de la casa de los de la Fuente. Una multitud de curiosos se agolpa con el ansia de transmitirlo. Del fulano pasa al mengano y así hasta el infinito en un pueblo ansioso debuenas o malas nuevas. Como es normal en estos casos la anécdota iba cambiando de una boca a otra añadiendo nuevos matices cada vez más escabrosos – «Sabes Miguela que el dinero si li han quitado a don Carlos con una navaja», para pasar al siguiente con la historia un «poquico» transformada «¿Sabes Juanica que han quitao el dinero de la Virgen armados con un trabuco?». Así vemos pues, que la historia que en principio era un mero robo sin emoción empezaba a tomar tintes novelescos y estrambóticos.
Don Carlos, ajeno a estos dimes y diretes, parecía resignado. Pensaba quizá que el dinero hubiera ido a parar a alguien que lo necesitaba para comer, por lo que había decidido no darle más importancia de la necesaria. A sus espaldas el bulo tomaba unos extremos inauditos: – «Sabe usté doña Andrea que don Carlos «Lafuente», al ser tan devoto ha hablao con el obispo y ha mandao carta al Papa de Roma para que excomulgue al ladrón». Doña Andrea se santiguaba como si hubiera oído hablar del mismo del mismo demonio – «¡Virgencica del Pilar!, pues el desgraciadico que lo «haiga» hecho primero se pondrá colorao, luego dos cuernos bien grandes y derechico al infierno». Al final parecía que este cotilleo adulterado fue el que más triunfó, tanto, que llegó a los oídos del mismo don Carlos que en absoluto parecía preocupado, sino más bien divertido, por lo irreal de la historieta. Bien se sabe que el abrir la boca contando un hecho de algo o alguien, es como lanzar cientos de confetis desde lo alto de una azotea en un día de viento, los pequeños papeles van a parar a los lugares más insospechados y lejanos sin ningún control.
Parece ser que el tema de la excomunión se extendía como la pólvora, tanto tanto, que debió llegar ,como melodía infernal, a las orejas del mismo ladrón, que en la soledad de su cueva, se veía ya en las mismas calderas de Pedro Botero, con cuatro o cinco demonios pinchándole con un tenedor. -«Total, por un puñadico de pesetas», debía de pensar el infeliz.
Día 7, víspera de celebración, bullicio, alegría, la gente ya respira ambiente de fiesta y de devoción ante el día grande de la patrona de Calatayud. Compras de última hora, ilusión…el mercado se encuentra lleno hasta los topes bajo los primeros sones del sol septembrino.
En la puerta de la casa de don Carlos de la Fuente amanece un pequeño bulto envuelto en una pobre tela de saco. La sorpresa es mayúscula para todo el que pasa y muchos se detienen para dar cuenta de lo que contiene el paquete misterioso. Cual será la sorpresa cuando uno de los empleados de la casa abre sin dificultad el presente de marras tan mezquinamente presentado: ¡es el dinero de la Esclavitud de la Virgen de la Peña!. El desdichado ladrón ha preferido librarse de una «excomunión segura» y devolver el dinero tan pronto como ha podido. ¡Bendita inocencia!.
Ésta historia es real, y así me fue contada en mi infancia, por alguien muy querido para mi. Ahora, en estos días en los que ya se respiran aires de feria he querido recordarla algo novelada para ustedes.
Si quieren, todavía pueden pasear y contemplar la antigua tienda de don Carlos en la Plaza del Mercado y aún, en este 2013 los esclavos de la Virgen de la Peña siguen con su labor después de casi cuatrocientos años asistiendo las labores del Santuario de la patrona de Calatayud. Espero que les haya gustado.
Me ha gustado, Carlos. Siempre me transportas. Me recuerdan las historias de las tías de marido una nacidas en 1899 y 1904(para comprobarlo hemos mirado su carné de la CNT del año 1936). La familia, originaria de Arcos de la Llana vino a poner un farmacia en Madrid.
Estas historias nos las contaban enseándonos retratos de familia similares a los de tu antepasado que muestras aquí.