Todo aquel visitante que recorra la ciudad de Calatayud, va a sorprenderse con la magnificencia de los edificios que la adornan. Uno de los más imponentes es, sin duda, la parroquia de San Juan el Real.
Este templo iniciado en el siglo XVII y rematado a finales del XVIII encierra, tras unos sobrios muros de ladrillo exteriores, un interior elegante y majestuoso. Son innumerables las obras de arte que encierran sus vetustos muros (lienzos de Goya, esculturas de los talleres de Juan de Moreto y Damián Forment, un lienzo de Francisco Bayeu…); sin embargo esta vez nos detendremos en unos grandes cuadros que adornan la capilla de San Francisco Javier. Entrando a la iglesia por su puerta principal (aquella que se encuentra a los pies del templo), en la tercera capilla a la derecha, podemos ver el rico retablo del siglo XVIII dedicado a este santo misionero, repartiendo la comunión a los habitantes de las Indias orientales. Una profusa decoración barroca enmarca un relieve de gran calidad que reproduce este hecho. No obstante, también en los cuadros que se encuentran a ambos lados de este retablo, cubriendo de manera magistral cada uno de los muros de este espacio, se pueden ver unos lienzos ennegrecidos que relatan también, la vida de este jesuita. Nos detendremos, precisamente, en uno de ellos, el que se sitúa a la izquierda. En la parte baja de dicho lienzo se pueden ver dos ángeles (o putti) que sostienen y juegan con lo que parece ser un molinillo de viento; sí, esa es, sin lugar a dudas, la explicación correcta pero…¿qué es lo que parece a los ojos de los hombres y mujeres del siglo XXI? que los susodichos ángeles parece que están valiéndose de un palo «selfie» para hacerse una fotografía. ¿A que resulta curioso?