Plaza de España 11, Calatayud (Zaragoza)

La torre del Pilar de Calatayud

La torre del Pilar de Calatayud
26/10/2012 Carlos de la Fuente

La vorágine constructiva ha dado lugar a una calma chicha pero no por ello menos peligrosa. Reconozco que no me era posible entre paseo y paseo, tomar ni una mísera foto de todos los monumentos, espacios y recuerdos que, uno a uno, iban desapareciendo ante mis ojos.
Con motivo de la fiesta de la Virgen del Pilar estuve haciendo un repaso de los espacios dedicados a esta vocación a lo ancho y largo de la ciudad y recordé con un poco de pena uno de esos lugares ya olvidados que han caido víctima, sin duda, de la ignorancia, la ermita de la torre del Pilar.

Torre del Pilar de Calatayud

Torre del Pilar de Calatayud

 

Debía ser esta torre del Pilar un lugar de descanso de los jesuitas de nuestra ciudad que, poco después de su expulsión, y como preludio de las desamortizaciones del siglo XIX pasaría a manos privadas después de 1772. Esta casa de campo aún se alza grande y bonita en el camino llamado del Calvario junto a los pinos, llamados posteriormente de Ostáriz. En su fachada, aparte de un bonito soportal, puede verse una galería y un campanario. La campana anunciaba a los campesinos de la zona la misa en la pequeña capilla que, a día de hoy, ha sido destruida por la desidia y la ignorancia. En el libro de Borrás «Guía de la Ciudad Monumental de Calatayud» de 1975, aún se cita un retablo de pintura con la venida de la Virgen del Pilar, al estilo de los de Jerónimo Secano en la iglesia de las Capuchinas, pero de factura más popular. Un día, paseando por aquellos caminos, de vuelta de lo que fue la antigua ermita de la Virgen de la Cepa, me encuentro con sorpresa, que la casa está habitada aunque temporalmente y los vecinos se ofrecen, a petición mía, a enseñarme la antigua capilla. Mi impresión no pudo ser más nefasta, la ermita, utilizada como sucio almacén, poseía aún algún banco añadido a la pared, de la reja del pequeño presbiterio no quedaban más, que cuatro latones retorcidos. El altar, posiblemente lo que más me dolío, estaba totalmente arrancado, en el suelo restos de pintura aparecían tirados sin pudor. Se veía que para confeccionarlo se habían utilizado telas de saco, materiales pobres que encerraban belleza de la que ya no había nada. Los actuales dueños me dijeron que eso había sido obra del anterior dueño, yo no quise saber más, simplemente la ignorancia parece triunfar, por desgracia, por encima de cualquier otra consideración.
Al alejarme pude contemplar de nuevo la torre del Pilar, ¡qué pena!, pensé, ¡qué pena!.

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